taconesSe entra a la comisaría por la puerta trasera. En una garita está el agente del control. Desciendes cuatro escalones y, si te tropiezas, diría que puedes meterte en la garita con el Agente. Me reí para mis adentros. Siempre que bajo esos cuatro escalones pienso lo mismo: anda que si te caes! Saco el carnet de Letrada. Es mágico. Te deja entrar en sitios insospechados. Doy el nombre del titular de mi designa y el Agente me dice: ya puedes pasar. Ya sé el camino. A mi izquierda tengo los accesos. Paso por las oficinas, donde está el Sargento que despacha y decide si los casos se quedan o se marchan, según las declaraciones. Termino los diez metros de pasillo en línea recta y giro a la derecha. Dos metros más allá está la sala de los abogados. Cutre, muy cutre. Un fluorescente cuelga del techo. La mesa redonda al fondo, con un pie en forma de cruz. La mesa se tambalea porque alguna de las patas no se fija bien al suelo. La mesa de madera está forrada con una especie de chapa que simulaba madera, desconchada por alguno de sus bordes, hacía que se te enganchara el suéter cuando apoyabas los brazos en ella en invierno.

Las sillas eran cada una de un padre y una madre diferentes. Conservadas desde los años setenta, seguro. Una máquina de coca cola acompañaba la estancia tratando de darle un aire de modernidad contrastado a la sensación de dejadez de la sala. Convivíamos en ese mini espacio abogados y traductores.

El Agente se acercó a la puerta con una carpeta en la mano. “¿La Letrada de Pedro?”. Alcé la mano. En un movimiento rápido recogí mis cosas y me lancé hacia el Infierno. Saliendo de la sala, a nuestra derecha se encontraba la primera puerta del descenso a los calabozos. Una puerta cortafuegos, con un ojo de buey en medio. El Agente llama al interfono. La puerta se abre. Permanezco detrás de él. Me detengo tras la puerta. Es momento que él se aleje de mí unos dos metros para sacarse el arma y meterla en un cajetín metálico. Empieza nuestro lento descenso al infierno. Hay unos veinte escalones. El olor al calabozo asciende por las escaleras. Si me taparan los ojos sabría exactamente dónde me encuentro. Es lo que yo llamo el “olor corporativo de los calabozos”. Es una mezcla entre los productos que utilizan para limpiar,  el olor a orín, a defecación, a sudor, a comida, a transpiración de alcohol, a transpiración de los efectos de las diferentes drogas. El silencio se impone entre ambos. Sólo podemos oír el sonido de nuestros pies al descender cada uno de los peldaños. De nuevo un interfono y otra puerta con ojo de buey. El Agente del control abre la segunda puerta y nos adentramos en otro pasillo gris con una serie de puertas a nuestra derecha. Tres locutorios a nuestra derecha y tres despachos. Entramos en la última. De nuevo un despacho de los setenta. Con fluorescentes. Paredes pintadas de gris oscuro, suelo negro y una silla de plástico, otra de ruedas, otra sin ruedas. A la izquierda se encuentra la mesa. Se sienta el Agente y yo frente a él. Hay dos sillas. El detenido entrará por mi espalda. Ya sé cual es su silla. La mía es la de la pared. La suya es la otra. Siempre funciona así.

Dejo mi carnet sobre la mesa. El Agente toma nota y prepara la documentación. El los calabozos no hay cobertura. Se oye a un detenido aporrear los barrotes de su celda increpando a los Agentes custodios. Cuando empiezan con el “mono” la zona de custodia se convierte en un espacio-tiempo surrealista.

El Agente llama a los custodios para que traigan a mi detenido. Viene esposado. Le han quitado los cordones de las zapatillas de deporte que calza. Huele a alcohol y transpira mono a drogas. Pupilas dilatadas y nervioso.

– Pedro, aquí tienes a la Abogada que te ha tocado. Ella viene a asistirte en el proceso.

Pedro me mira.

– Pedro, ¿cuánto llevas sin consumir? – le pregunto

– Un día – me mira incrédulo como si su madre le hubiera descubierto un condón y no supiera qué explicación darle.

Con los años aprendes a oler a los detenidos, a leer sus pupilas, y casi podrías decir exactamente qué tipo de droga se han “metido”. El nivel de nervios o ansiedad determina las horas que hace que no consumen drogas. Eso te ayuda para pedir, según cada caso un médico que le examine y, en su caso, se le suministre la dosis de metadona o medicación que necesita para “pasar el bache”.

– Pedro, ¿sabes por qué estás aquí? , pregunta el agente.

– Sí, me lo han dicho esta mañana en la Orden de Entrada y Registro.

En ese momento yo no sé nada. No sabía nada y el Agente no va a facilitarme el Atestado ni folio alguno con la investigación porque no han terminado de redactar todo lo que ha ocurrido esta mañana. Para mis adentros me voy haciendo una composición de lugar:

– Tenemos una orden de entrada y registro en domicilio

– Debería haber una petición por agente policial de la misma con suficiente argumentación como para motivar esa entrada.

– Tenemos varios objetos incautados

Se van desvelando cuáles son las cartas de mi juego. Las cartas que me han tocado.

Continúa el Agente:

– Pedro estás aquí por dos supuestos atracos con arma de fuego en dos establecimientos. Uno un supermercado y otro una droguería. Puedes hablar con tu abogada tanto antes como después de este momento. ¿Vas a querer declarar?

– ¡Pero si yo no he hecho nada! Esto …! – Se detuvo en su discurso, le di un “toque” por debajo de la mesa. Me mira sorprendido. Me pongo el dedo índice en mis labios indicándole que se calle. A veces debo poner una mirada tan amenazante que se quedan cortados al cambiarse los papeles y ser yo la violenta.

– ¿Aceptas que se te haga una prueba de ADN….?

– Ni de coña – salto yo.

– Letrada, déjeme terminar de leer y luego que me conteste su cliente.

– Ni se te ocurra Pedro. No es un asesinato. No necesitan tener tu ADN. Que emita una orden el Juez.

– Letrada, ¿quiere dejarme terminar de leer?

Le dejo. Termina. Terminamos. Firmamos la lectura de derechos. Firmamos la declaración, sin toma de declaración alguna. Firmamos la negación a la toma de muestras. Nos dejan solos.

– Abogada, ¿cómo lo ves?

– No sé qué ha pasado. No tengo datos. Me falta un montón de información. No sé qué ha ocurrido. Hasta mañana no tendré la información. ¿Qué cree Usted que ha pasado? ¿Me lo cuenta?

Era importante hablarle de Usted a los clientes, más allá de la edad que tuvieran. Era importante crear esa distancia que les devolvía la dignidad a ellos y te daba un lugar a tí mismo en esa circunstancia. Muchas veces, los detenidos, al tenerte tan cerca hacen ademán de tocarte como “un colega”. No lo eres. Nadie es colega de nadie, cada uno hace su papel. Le lanzo una mirada de “ni se te ocurra tocarme”. Suerte que va esposado, pienso, le impide los movimientos.

Parece que él y un amigo han cometido un atraco. Han cometido el error de no tirar la ropa entre un atraco y otro. Ni siquiera en el segundo.

– ¿Cómo lo ves? ¿Cómo lo ves?

– Pues sinceramente, lo veo fatal. Hay un arma de fuego, 13 años de cárcel. ¡Qué quiere que le diga! Vamos a hacer lo que podamos. Prepárese porque seguramente el Juez mañana le pedirá la comparecencia del artículo 505 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, esto es para solicitar la medida cautelar de prisión preventiva. Mentalícese de que igual de la celda va a pasar a la cárcel de hombres de la ciudad. Haremos lo que se pueda. Y no puedo decirle más que, que no declare delante del Juez por si en las próximas horas detuvieran a su compañero de atraco y empezamos a generar información de versiones cruzadas y contradictorias. ¿Quiere que llame a alguien? ¿Quiere que avise a alguien? ¿Necesita que le vea el médico? ¿Necesita algún tipo de medicación?

Pedro contestó a todas las preguntas con una serie de noes, uno detrás de otro. Quedó mirándome incrédulo porque no sabía exáctamente de “qué palo” iba yo. Sólo acertó a decir:

– Tu eres de pago ¿verdad? Se nota por cómo hablas.

Sonreí. Era la primera vez que me decían algo así.

– Le veo mañana Pedro. ¡Agente, ya estamos! Se abrió la puerta y dos agentes se lo llevaron a la zona de custodia.Escalones

Volvimos a hacer el recorrido al revés. En silencio. Una puerta. Las escaleras. El cajetín metálico para recuperar el arma y la última puerta que nos sacaba de ese recorrido y olores infames. El Agente me sella el documento que acredita mi asistencia de oficio. Salgo a la calle. Respiro. Respiro. Me dejo llevar por las sensaciones del aire cálido en mi piel. Me gusta trabajar en esto. Me gusta ser consciente de las vidas que hay “por ahí” y que nadie ve. Que existen, abajo, muy abajo. Me hace valorar mucho la libertad.