La primera vez que te sumerges en los calabozos para una Rueda de Reconocimiento, alucinas! Es como si te hubieras metido en una película. La pared con los números es real, el cristal espejado también, pero la diferencia es que no estás en el sofá de tu casa. Tú eres el «creador» / diseñador de aquél escenario, escogiendo entre los delincuentes que más tienes «a mano» los figurantes que más se parezcan a tu cliente, con la única finalidad de que no sea reconocido de forma indudable por las víctimas que pasarán, en un rato, a vivir una de las peores y más estresantes escenas de su vida.
La tarde anterior, en prisión, estuvimos preparando la aparición en «escena» de Pedro. En el locutorio, mientras hablábamos a través del telefonillo, viéndonos a través del cristal, convinimos en hacer una transformación total a su aspecto: decidimos que se raparía al cero. Vestiría de blanco, y no de negro como se suponía que vestía en los atracos, simularía una cicatriz en una de sus cejas de una forma muy peculiar, cambiaría el tipo de calzado para parecer más alto…
Los tacones golpeaban los adoquines. Era pronto, muy pronto. Escuché mi nombre en la calle. En la puerta de los Juzgados. Extrañada me giré. No le conocía
– Somos los chicos que pediste para la Rueda de Reconocimiento.
– Vaya! Asombroso! – le dije a uno – ¡Te pareces un montón a Pedro! Esperad aquí que voy a llamar a la Oficial del Juzgado y os dejarán en la Sala de Testigos del Juzgado de Guardia.
Como una exhalación subí en el ascensor en busca de la Oficial que llevaba mi causa.
– Tengo a mis figurantes – le dije jadeante.
– Tenías que habérmelo dicho, así no excarcelaba a cuatro figurantes más.
– No te he dicho nada porque, sinceramente, no me fío de los excarcelados que me traéis.
Hizo una mueca. En el fondo sabía que ella no escogía a los figurantes y que no era posible que yo aceptara una rueda de reconocimiento con unos figurantes muy opuestos a mi cliente. Retorció la boca, contrajo el rostro, miró hacia el suelo y se encaminó hacia el ascensor diciendo:
– Anda, vamos y acabemos con esto que tengo dos ruedas más aparte de la tuya.
De los cinco figurantes que me enviaron los familiares de mi cliente, me quedé con tres.
– ¿Bajamos a montar la Rueda de Reconocimiento?
Bajamos por el ascensor de la Guardia. En el mismo ascensor nos acompañan mis tres figurantes. Llegados a los calabozos me acerco a la celda de mi cliente. Aquél momento lo siento como denigrante para los propios presos. Es como escoger esclavos a través de las rejas o comprar un kilo de tomates diciendo «este sí» y «este no». Todos los presos en exposición. Unos momentos muy peligrosos cuando se abre la celda. De los excarcelados que me ha traído el Juzgado escojo sólo a uno. Dentro de la celda veo que uno de los presos tiene una chaqueta negra. El que yo he escogido la lleva vaquera. Les pido que se la cambien. Pedro está inquieto. Se abre la celda.
– Letrada, ¿le pongo las esposas por delante o por detrás?
– ¿Perdón? No le pone las esposas, obvio. – contesto.
– ¡Pero cómo va a ponerme las esposas en la Rueda de Reconocimiento! ¡Es como decir que he sido yo!
Pedro se revuelve, se agita. La celda está abierta. Los demás presos se están agitando. Todos tenemos la sensación de que ahí va a pasar algo. De haber sólo dos agentes se plantan delante de la celda siete. Se han puesto los guantes con tejido antipinchazos. Uno de ellos lleva la porra en la mano. En literal, tengo la sensación de que ahí va a haber hostias.
– ¡No les ponga las esposas! A ninguno. ¡Nunca he hecho una Rueda de Reconocimiento con mi cliente esposado!
– ¡Letrada! ¡Hoy va a ser su primera vez! – se giró gritando el Secretario ante la inminente situación de peligro que estábamos viviendo.
Esposar a los detenidos era como poner una Rueda con los figurantes de piel blanca y uno de color. ¡Era obvio! Me encendí por dentro. En ese momento no sabía quién mandaba. Si la Agente de la zona de custodia, si el Secretario o si yo por tener que diseñar la Rueda. Lograron cerrar la celda con los demás excarcelados. Se aflojó un poco la tensión.
Me notaba la mandíbula apretada conteniendo la tensión de todo lo que diría en aquél momento. Un rayo de lucidez hacía que sólo observara en qué punto podía cometerse una vulneración de Derechos. Iba pensando «dadme un motivo».
Mi cliente y el excarcelado irían esposados, por detrás. Mis figurantes, no detenidos, pondrían las manos por detrás simulando la misma situación.
Bajo los números 1 a 5 coloqué a todos los figurantes y a Pedro.
– No quiero que habléis entre vosotros. No quiero que os mováis. No os acerquéis al cristal. – dije.
Entré en la sala de detrás del cristal. Allí se encontraba el Juez y el Secretario que seguramente no olvidaría la escena en algún tiempo. Esa escena impresionaba a las víctimas. Los tenían ahí. La primera reacción de las víctimas al entrar era colocarse en la pared opuesta. Lejos del cristal. El Juez les explicaba que era un cristal unidireccional y que sólo ellas podían ver a los componentes de la rueda, que ellos no podían. Había veces que algún Juez hacía que los figurantes se acercaran al cristal, para ver su mirada en los ojos. Era tan violento que las víctimas se colapsaban y no atinaban a saber si era o si no era el agresor.
Esa era otra de las bazas con las que jugaba. La estresante situación.
Entró la primera víctima. “Por favor que no diga el 5, que no diga el 5”. A veces trataba de no pensar demasiado por si lo de la telepatía funcionaba y yo misma podía condicionar a las víctimas. Reí para mis adentros. No reconoció a ninguno. Entró la segunda. Tampoco. Entró la tercera e identificó al figurante que más se parecía a Pedro y a quien le había hecho intercambiarse la chaqueta con otro excarcelado en la misma celda. No iba mal encaminada esa víctima. Como tampoco la siguiente. Por dentro ya estaba cantando victoria pero entonces entraron de manera consecutiva la quinta y la sexta víctima. Sin dudar le reconocieron. ¿Le reconocieron? ¿Cómo es que le reconocieron así sin dudar? Se había producido un atraco con casco, pasamontañas, guantes, gafas de sol. ¿Le podían reconocer? No cuadraba.
Terminó la Rueda con cuatro noes y dos síes. Al marchar las víctimas deshicimos el escenario. Los figurantes no detenidos salieron conmigo. Los demás de nuevo a la celda.
– Cómo lo ves? Lo hemos hecho bien eh?
Le expliqué la situación a Pedro. Dependía del Juez.
Subí al Juzgado a hablar con el Juez.
– Letrada, le han reconocido dos. Y tengo más indicios. Ya sé que estaba usted muy ilusionada pero no lo voy a soltar.
– Señoría, voy a interponer Recurso.
– Al de Reforma ya no llega, tendrá que ser de Apelación directamente. Le quedan dos días.
– Así haré. No sólo recurriré el Auto de Prisión Preventiva, sino también el de Entrada y Registro.
– Letrada, yo entiendo que usted tiene que hacer su papel… – lo dejó sin terminar.
– Señoría, y yo entiendo que Usted tenga que hacer el suyo. – Le guiñé un ojo.